Cada segundo puede ser el último

La muerte tiene mala fama. Nuestra relación con ella siempre es de refilón y con desgana. No aceptamos que nada más nacer ya vamos caminando hacia ella.

En el sociedad actual, donde todo gira entorno al culto al cuerpo, la imagen y las falsas apariencias, escapamos de la muerte como si no existiera. Es un tema tabú del que nunca se habla cuando, en realidad, la tendríamos que tener siempre presente, no para amargarnos la vida sino precisamente para ayudarnos a disfrutar más de ella.

Darnos cuenta (y tener presente) que la muerte, antes o después, va a llamar a nuestra puerta para que nos vayamos con ella nos tiene que servir de aliciente para disfrutar más de la vida, dejarnos de tonterías y exprimir cada segundo de nuestro tiempo en el mundo porque puede ser el último.

Días de ocio

Una de las mejores cosas que tienen los días de ocio y asueto es que puedo comenzar la mañana sin prisas, leyendo una buena novela mientras me tomo el primer café de la jornada.

La ausencia de horarios y de tareas obligatorias me permite disfrutar de la vida de manera sencilla (que es como más me gusta hacerlo, por cierto), gozar de otro verano más…

Me asomo a la ventana, oigo a las gaviotas cantar con su característico sonido y la memoria me trae al presente la famosa canción de Violeta Parra “Gracias a la vida que me ha dado tanto”.

 

Oscar Wilde y la escritura

 

Tal día como hoy, pero de 1900, moría en París a los 46 años un gran escritor de origen irlandés, Oscar Wilde. Mi recuerdo para con él lleva la forma de una de sus frases más geniales:

Escribí cuando no conocía la vida. Ahora que entiendo su significado, ya no tengo que escribir. La vida no puede escribirse; sólo puede vivirse.

Yo aún no he entendido el significado de la vida por completo por eso todavía continúo escribiendo. Creo que escribiré siempre porque no sé si conseguiré nunca comprender el mundo en que vivimos. Y también viviré la vida para después contarlo en forma de relato.

 

El vaivén de las mareas

Cuando era pequeño mi padre me explicaba con suma paciencia, una vez tras otra, que las aguas del mar subían y bajaban por la atracción que sentían hacia el sol y la luna. Tuvieron que pasar muchos años para que mi espíritu siempre indómito lograra aceptar que el mar no era libre de actuar como creyera oportuno. Para mí, aquel inmenso azul era la representación misma de la fuerza de la vida, del poder de la naturaleza, y, aunque llegué a entender a la perfección la explicación de mi padre, mi mente se negaba a asumirla.

Sin llegar a ser consciente de la decepción que ese hecho irrefrenable supuso para mi soñadora imaginación infantil poco a poco me fui alejando del mar y de la profesión que mi familia tenía predispuesta para mí en un futuro: seguir con la tradición familiar de ser patrón de un barco pesquero.

El mar había perdido toda la magia que yo le había atribuido. No podía estar más desilusionado. Tan sólo era una inmensa masa de agua salada cuyo vaivén dependía de las órdenes que los astros del cielo le dieran.

Todo esto ocurrió durante mi infancia. Aquel desengaño dejó una huella imborrable en mi alma hasta tal punto que hoy vivo en una ciudad del interior a más de seiscientos kilómetros de la costa más cercana. Y saben qué; que soy feliz a pesar de que la historia de mi vida no se pueda resumir con las tres palabras favoritas de mi padre: lobo de mar.

Ahora me dedico a lo que de verdad me importa. Me da lo mismo lo que la gente pueda pensar de mí: que si tiré una profesión con futuro por la borda, que si podía ser el dueño de mi propio barco, que si decepcioné a mis padres con la vida que elegí…

Ellos, aunque siguen sin entender a lo que me dedico, han aceptado mi decisión. Lo que digan los demás nada vale. Me da igual, sobre todo porque mucha de esa gente que me critica después acude a mi consulta para que les solucione sus problemas. Estudio la posición de los astros y sus movimientos como medio para predecir lo que les va a suceder en un futuro. Quieren saber si se van a enamorar, si van a encontrar trabajo, si se van a curar de la enfermedad que tienen… todos vienen a mí, antes o después.

Jamás me he arrepentido de dedicarme a la astrología. Ahí es donde está la magia, el verdadero poder de la naturaleza, en los astros. El mar es hermoso, tanto o más que el sol y la luna, pero son ellos los que dominan el vaivén de las mareas.

-.-

Con este relato participo en el concurso de Zenda #UnMarDeHistorias

 

 

Sin ubicación

Aquel verano había sido un poco extraño, cargado de consultas médicas y de algunas noches de hospital, de kilómetros de carretera recorridos escapando del calor y regresando a él.

Habían sido horas de soledad en las que pensar y leer, en las que buscar mi sitio en el mundo a pesar de sentirme un bicho raro que no termina de ubicarse.