Elogio a la lentitud

Imagen de ArtTower en Pixabay

¿A dónde vamos con tanta prisa, con tanta productividad, sin dejarnos un minuto libre en nuestras vidas? El mundo se ha vuelto loco. Parece que si no tienes todo el día ocupado eres un paria de la sociedad.

En la actualidad se escriben y publican más libros que lectores hay. Las novedades literarias apenas duran unos días en las mesas de las librerías, salvo que seas un escritor consumado con miles de seguidores o un fenómeno de masas cuyos best-sellers se venden seguro aunque su calidad sea dudosa.

Dónde ha quedado todo aquello de escribir un primer borrador, de dejarlo reposar, de pasárselo a tus lectores cero, de releerlo y corregirlo las veces que creas necesario, hasta que eres capaz de soltar tu libro al mundo, como cuando despides a tu hijo que va a comenzar una vida independiente, lejos de ti. Te duele, pero es ley de vida.

Cada vez que escucho a alguno de los muchos vende-humos que proliferan por las redes sociales asegurando que en cuatro meses vas a ser capaz de escribir y publicar una novela y que vas a empezar a vender libros como rosquillas porque sigues sus métodos, me pongo a temblar. Ahora prima la cantidad sobre la calidad, el producto de consumo rápido, sin complicaciones, sobre la lectura sosegada de un buen libro.

Porque esa es otra, la lectura. Hacemos carreras contra nosotros mismos para ver si somos el que más libros lee sin pararnos a disfrutar del texto que tenemos entre las manos. Lo importante ya no es qué libro has leído sino cuántos libros has sido capaz de leer cada semana, cada mes, al final del año…

Para hacer las cosas bien (cualquier cosa, también la literatura) hace falta tiempo, lentitud, perderte alguna vez en el proceso, procrastinar, aburrirte para conseguir nuevas ideas, dudar, sufrir el síndrome del impostor, pasear para dejar reposar a tu novela y que los personajes te cojan de las solapas y te arrastren a tu casa para que te pongas de nuevo a escribir.

Soy de las ilusas que continúan creyendo en los procesos y en la magia de la escritura, en la conexión entre el mundo literario y una misma. A mí no me da tiempo a hacer todo esto en unos pocos meses y varias veces al año. Lo siento, conmigo que no cuenten. No puedo ni quiero seguir el ritmo que lleva el mundo actual, en ningún espacio de mi vida, pero, menos aún, en el de la escritura. Yo me bajo del tren de alta velocidad en el que parece que vamos todos montados; prefiero ir en un tren a vapor, más lento, mirando el paisaje, pese a que, con toda probabilidad, vaya a llegar más tarde a mi destino.

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Estar en el quinto pino

Según la RAE “el quinto pino” es una locución coloquial que indica que algo está en un lugar muy lejano, pero ¿cuál es el origen de esta expresión?

Nos tenemos que ir al Madrid de principios del siglo XVIII, cuando durante el reinado del Felipe V se decidió que había que repoblar el Paseo de Recoletos y plantaron cinco frondosos pinos.

El primero de ellos lo pusieron al principio del paseo, en la parte que estaba más cerca de la Villa, a la altura de Atocha; y el quinto lo plantaron en la parte más alta, al final del paseo, donde hoy está el Paseo de la Castellana, a la altura de Nuevos Ministerios.

Con la novedad de los nuevos árboles, la gente de la época comenzó a concretar encuentros en los pinos. Lo habitual era quedar en los primeros árboles por ser los que estaban más cerca: «Quedamos a las tres de la tarde en el segundo pino».

Entonces, ¿por qué comenzó a tener más fama el quinto pino si era el más alejado de todos ellos? Pues, precisamente por eso, por ser el más lejano de todo y de todos. Allí se citaban los enamorados, lejos de las miradas ajenas. Era el lugar perfecto para dar rienda suelta a sus pasiones sin tener a nadie como testigo. Las muestras de cariño en público estaban muy mal vistas en aquella época.

Con el tiempo, la ciudad siguió creciendo y el quinto pino dejó de ser un lugar adecuado para las citas amorosas, aunque esto no impidió que pasara a usarse para referirse a algo que estaba muy lejos.

Imagen de Peter H en Pixabay

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Necesitas vivir

Puedes estudiar todas las técnicas de escritura que quieras, puedes leer decenas de libros sobre teoría literaria y no ser capaz de llegar al corazón de tus lectores con ninguno de tus textos. Necesitas vivir, experimentar tus propias emociones, cometer tus propios errores para tener algo sobre lo que escribir.

Huye de las modas

Todo aquel que me conoce un poco sabe que tengo algunos escritores de cabecera, de esos que siempre estoy leyendo y releyendo, que van conmigo donde quiera que vaya. Uno de ellos, quizás el más querido, es José Saramago, Premio Nobel de Literatura en 1998 y cuyo centenario de su nacimiento celebramos el pasado 16 de noviembre de 2022. De él aprendí muchas cosas en términos literarios, pero también me enseñó otras muchas que nada tienen que ver con la escritura, o puede que sí…, me enseñó la lealtad a uno mismo escribiendo.

Saramago fue un hombre que se mantuvo fiel, leal a sus principios hasta el final de sus días. Cuatro eran sus temas favoritos a la hora de escribir: la lucha contra las políticas neoconservadoras de algunos gobiernos, la actitud inmovilista de la Iglesia Católica, su trabajo a favor de los pueblos más desfavorecidos del mundo y su idea de la unidad de la Península Ibérica.

Mantenerse fiel a estos principios le trajo no pocos problemas a lo largo de su vida. Cuando en 1991 publicó El evangelio según Jesucristo se levantó tal polémica mediática por el malestar de la jerarquía católica portuguesa y del gobierno, que incluso llegó a vetar su presentación al Premio Literario Europeo de ese año, alegando que «ofendía a los católicos», que Saramago decidió, como acto de protesta, abandonar Portugal e instalarse en España, concretamente en Lanzarote.

Tras ganar el Premio Nobel, su nombre era conocido en todo el mundo. Sin embargo, la polémica no le abandonó porque siguió manifestando sus ideas sin importarle a quién podían molestar. Y así se mantuvo Saramago leal a sus principios hasta el final de sus días, en 2010.

Esta actitud vital de José Saramago me ha llevado muchas veces a pensar en mi propia escritura, en qué es lo que busco transmitir con mis textos, en cómo lo quiero comunicar, y he llegado a dos conclusiones:

  • Si escribo siendo fiel a mis principios y mis ideas, mi escritura será más auténtica. No tendré que ocultar lo que siento, defenderé y expresaré lo que de verdad es importante para mí.
  • Quedaré al margen de las modas literarias, de lo que se lleva escribir en cada momento. Las modas o tendencias literarias cambian de manera constante. No se puede escribir pensando en lo que está en boga hoy porque mañana puede ser algo completamente distinto.

Siendo yo misma, lejos de modas, manteniéndome leal a mis principios, creo que puedo llegar a escribir algo de lo que al final me sienta orgullosa. Por lo menos me sentiré bien haciéndolo así. Gracias, Saramago, por ayudarme a verlo con tanta claridad.

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Cómo escribir un cuento según Kurt Vonnegut

Este pasado 11 de noviembre de 2022 se cumplió el centenario del nacimiento de Kurt Vonnegut, un escritor estadounidense cuyas obras más importantes están adscritas al género de la ciencia ficción.

Entre ellas destaca Matadero cinco o La cruzada de los niños, novela semi-autobiográfica publicada en 1969 y considerada una de las obras más importantes de la literatura estadounidense del siglo XX, en la que relata sus experiencias como soldado y prisionero de guerra durante la Segunda Guerra Mundial.

Pero Kurt Vonnegut no solo escribió novelas sino que también escribió estupendos relatos y nos regaló estos consejos para saber cómo escribirlos mejor.

Día de las librerías 2022

Las librerías son esos espacios cercanos y tranquilos donde encontramos miles de historias esperando por nosotros. Acudimos a ellas para charlar con los libreros que siempre saben aconsejarnos qué libro puede ser nuestra próxima lectura; con los autores que comparten sus sueños con sus lectores. Son el lugar en el que resguardarnos de la vorágine del mundo actual y parar los relojes.

Gracias por todo vuestro trabajo apoyando a la cultura, a los escritores. Gracias por regalarme tan buenos momentos.

Espero algún día poder ver alguno de mis libros descansando en vuestras estanterías.

BÉCQUER, MI PRIMER POETA

(Soliloquios al atardecer)

Retrato de Gustavo Adolfo Bécquer, por Valeriano Bécquer, 1862 (Museo de Bellas Artes de Sevilla).

Tal día como hoy, 17 de febrero, de hace 186 años, nacía en Sevilla Gustavo Adolfo Bécquer, el poeta con el que muchos de nosotros, incluida yo, descubrimos por primera vez que era eso de la poesía.

Rima XXI

¿Qué es poesía?, dices mientras clavas

en mi pupila tu pupila azul.

¡Qué es poesía!, ¿Y tú me lo preguntas?

Poesía… eres tú.

Pero no fue hasta mi llegada al Instituto Lope de Vega de Madrid y gracias a las enseñanzas de un profesor de historia de la literatura, don Dionisio Gamallo Fierros, que amaba la literatura y los libros por encima de todo, cuando descubrí la belleza que encerraban esos versos escondidos detrás de su aparente sencillez.

Rima XXIII

Por una mirada, un mundo,

por una sonrisa, un cielo,

por un beso… yo no sé

qué te diera por un beso.

Después vinieron otros poetas más modernos, más reivindicativos, a sumarse a mi admiración y respeto por este género; también osé escribir algún poema en mi atormentada adolescencia (¿quién no ha sido poeta por culpa de su primer amor?); aunque jamás olvidaré la primera vez que oí leer estas dos rimas en voz alta. Todas las alumnas nos quedamos atentas, en silencio. La dicción pausada, con la cadencia justa, del profesor abrió ante mí un mundo de sentidos que desconocía hasta ese momento. Bécquer fue mi primer poeta. Así es fácil amar la poesía.

El valor de lo escrito

(Soliloquios al atardecer)

«No hay libro, por malo que sea, que no tenga alguna cosa buena». Esta frase, atribuida a Plinio, me la encontré hace un par de días mientras releía el prólogo del Lazarillo de Tormes. No era la primera vez que la leía o que la oía, pero cuando me di de bruces otra vez con ella, detuve mi lectura en seco y pensé en cuánta razón tenía.

Sé que hay mucha gente que opina que esto de escribir es algo fácil, que está al alcance de todo el mundo. Y no les falta razón. Escribir no es complicado; lo complicado es convertirte en escritor. En el colegio nos enseñan a leer y a escribir; desde pequeños utilizamos estas capacidades, con más o menos soltura, pero las usamos. El problema venía cuando la maestra de lengua nos pedía que hiciéramos una redacción sobre las vacaciones de verano o sobre las de navidad. Ahí comenzaba a complicarse la cosa. El summum de la dificultad aparecía si nos pedía una redacción de tema libre, sobre lo que nosotros quisiéramos. Entonces nuestras cabezas empezaban a bullir como si estuvieran a punto de explotar. Tenían que entrar en juego nuestra imaginación, nuestra capacidad de contar historias, nuestra creatividad…

Todo esto que cuento a modo de anécdota quiero emplearlo para ilustrar mi idea de que cualquier libro contiene dentro el trabajo y el esfuerzo de un escritor que ha dedicado su tiempo a redactarlo y, por ese mero hecho, ya debería merecer todo nuestro respeto. Me da lo mismo que sea el de un autor consagrado o el de uno novel, que sea un superventas de una editorial o uno autopublicado, todos, sin distinción, llevan en sus páginas una parte del alma de las personas que los crearon.

Reto a todos aquellos a los que les parezca que escribir es algo que puede hacer cualquier persona que se ponga a ello. No les pido que escriban una novela o un libro de relatos, sino que prueben a escribir diez páginas contando una historia, sea de ficción o no, y, después de hacerlo, hablamos. Con toda seguridad habrá gente que lo consiga, con más o menos trabajo. Algunos relatos serán deliciosos, bien redactados, con buena ortografía y una trama interesante; y otros no lo serán tanto. Sin embargo, todos ellos tendrán algo bueno, aunque solo sea una frase que se pueda rescatar, una idea brillante, un sentimiento expresado con toda la delicadeza.

En ocasiones, la crítica, sobre todo la destructiva, se hace sin pensar en lo que se esconde detrás de esa novela que estamos leyendo y que tan poco nos gusta. Es más que probable que mis gustos literarios no sean iguales a los vuestros, pero no por eso son menos o más valiosos. Ahora que está tan al alcance de todos hacer reseñas de los libros que leemos deberíamos tener más cuidado con lo que decimos. Tendríamos que dejar claro que la opinión que expresamos es solamente nuestra opinión subjetiva y tratar de rescatar siempre esa pequeña parte buena que cualquiera libro, por malo que sea para nosotros, guarda en su interior.