La primera que vez que te pasa, te sucede de repente, sin previo aviso. Una noche, mientras estás durmiendo a placer, te despierta una sensación extraña. Dado el estado de duermevela en el que te hayas, no entiendes qué puede ser. Tu mente se ha reactivado sin tu permiso y te sugiere que te levantes de madrugada a apuntar las ideas que tu cabeza te está lanzando a esas intempestivas horas.
Tu confianza, que anda por allí al lado de las ideas, te hace creer que te acordarás a la mañana siguiente de todas ellas y te quedas en la cama confiando en esa creencia. Pero al llegar el momento de apuntarlas por la mañana, las ideas se han ido y, por más que te esfuerzas, no vuelven a aparecer. Con rabia te dices que eso no te va a volver a pasar nunca más, hasta que vuelve a ocurrir
Sabes de sobra que si no te levantas a anotarlas en el momento en que se te ocurren las ideas a la mañana siguiente no te vas a acordar de ellas y no quieres, por nada del mundo, que eso te pueda pasar. Pero tu confianza y tu pereza te hacen pensar otra vez que tú no necesitas levantarte a apuntar una idea que te nazca de madrugada y la vuelves a perder.
Entonces llega la noche del cambio; ese momento en que te obligas, cansada de perder ideas que te parecían geniales medio dormida en la cama, a levantarte por primera vez a apuntar esa idea. Ese es un punto sin retorno hacia tu vida de escritor en el que tendrás que levantarte en más ocasiones de madrugada para escribir, pero jamás te importará. Es más, serás feliz de poder hacerlo porque escribir es tu forma de vivir la vida.
-.-
(Reflexión publicada en EÑES)