Navidad en línea

Eran las doce en punto de la mañana cuando sonó el telefonillo. Micifú saltó de encima de la mesa. Le gustaba ponerse allí, cerca del calorcito que soltaba el ordenador, mientras que Margot trabajaba. Un par de días antes su jefe les comentó, en la última reunión on-line del equipo, que ante la imposibilidad de hacer la comida anual todos juntos, ese año iban a recibir en sus casas una cesta de navidad con la que celebrar las fiestas con sus seres queridos.

La última vez que vio en persona a todos sus compañeros, incluido Héctor, fue en el mes de marzo cuando los mandaron a casa para trabajar desde allí. En la mente de Margot estuvo el temor de perder su puesto de trabajo, pero ahora que estaba a punto de acabar el año daba gracias porque al final todo siguiera casi igual que siempre. Solo le pesaba la soledad que se había instalado en su vida.

Al abrir el paquete que le había dejado el mensajero en la puerta de su piso vio que el contenido del mismo no era lo que ella esperaba. No había turrones, mazapanes, ni latas de fuagrás de pato; ni rastro de las uvas pasas o de las botellas de sidra. En su lugar había varios envases de papel de aluminio cerrados a la perfección. Algunos estaban fríos; otros, en cambio, podían llegar a quemarte la mano si los sujetabas mucho rato. Junto a ellos venía un folio escrito a máquina, con unas flores decorando los bordes del papel. Eran unas instrucciones para saber qué hacer con toda aquella comida a medio preparar que acababa de recibir. Micifú acercaba, curioso, su nariz a los paquetes intentando olisquear lo que Margot había dispuesto sobre la mesa de la cocina a la espera de decidir qué iba a hacer con todo aquello.

Foto por Alma Rural

El sonido del móvil alertándola de la entrada de un mensaje hizo que desviara su atención de la comida. “Comunicado urgente” rezaba en el asunto del correo que acababa de entrar en su buzón de la empresa. «¿Qué puede ser? ¿No irán a despedirme precisamente ahora a las puertas de la Navidad? ¿No serán capaces?», pensó Margot.

Corriendo salió de la cocina para dirigirse al rincón del salón donde había montado su pequeña oficina temporal. Allí estaba el comunicado urgente, en la pantalla del ordenador, con sus letras en negrita, como correo pendiente de leer. Margot se sentó en la silla, movió el ratón hasta dejar el cursor justo encima de él y cerró los ojos al tiempo que pulsaba sobre el correo. Poco a poco fue abriéndolos de nuevo, hasta que pudo fijar de nuevo la vista en el texto.

«Estimados empleados:

Esta mañana han recibido todos ustedes la visita de un repartidor que les ha dejado un paquete en sus casas. Sabemos que lo que estaban esperando recibir era una cesta con productos típicos de la Navidad. Sin embargo, nos ha parecido más conveniente poder reunirnos todos una vez más en nuestra comida anual de empresa y les hemos enviado su almuerzo con nuestro nuevo servicio de catering. Deseando que haya sido de su agrado esta sorpresa les esperamos, a las dos de la tarde, en el espacio habitual que usamos para las reuniones on-line para comer todos juntos un año más y cerrar este 2020 tan especial. Se ruega puntualidad. Pónganse sus mejores galas para este almuerzo con los compañeros.

Sin otro particular.

Firmado: La Dirección»

Margot miró su reloj de pulsera para ver la hora que era. Tenía menos de dos horas para arreglarse. «Sus mejores galas… », pensó Margot, «…y lo dicen así, sin avisar con tiempo suficiente. Confío en que Héctor también pueda conectarse». Micifú observaba a su dueña, desde su puesto de vigía en lo alto del armario, saliendo y entrando a toda prisa del dormitorio hacia el baño, abriendo y cerrando cajones, descolgando ropa que se ponía ante ella mirándose en el espejo para después dejarla caer encima de la cama.

Faltaba menos de media hora para la conexión con todos sus compañeros y aún tenía que terminar de preparar la comida. «Con lo patosa que soy, seguro que me mancho», le dijo Margot a Micifú, quien iba siguiéndola por toda la casa. Con sumo cuidado, Margot fue sacando los contenidos de los tres envases más grandes y los fue colocando en otros tantos platos. Lo demás eran salsas, dulces navideños, pan y una botella de vino de rioja.

Cinco minutos antes de la conexión ya tenía la comida en la mesa frente al ordenador. Se miró de nuevo en el espejo. Un último visto bueno y listo. «Vale, no tienes duda», se dijo Margot a sí misma dándose ánimos. «Ahora a poner la mejor de tus sonrisas».

A las dos en punto, uno a uno se fueron conectando todos los compañeros. La pantalla se fue llenando de rostros conocidos. Héctor había sido uno de los últimos en conectarse. Los saludos se entremezclaban los unos con los otros. Las bromas habituales consiguieron relajar el extraño ambiente de aquella insólita comida. El jefe del equipo ejercía de maestro de ceremonias llevando el ritmo del grupo. Margot pinchó sobre la imagen de Héctor. Múltiples charlas salían del ordenador, pero solo estaba la imagen de él en la pantalla. Micifú, sentado en el regazo de Margot, asomaba la cabeza por encima del borde de la mesa.

—¡Eh, chicos, mirar qué gato más bonito tiene Margot! —dijo Héctor a todo el grupo. Margot sonrió en respuesta a la apreciación.

—Es Micifú, mi compañero de oficina, que también se ha querido sumar a la reunión.

Margot alzó la copa de vino cuando oyó a su jefe decir que iban a brindar por el nuevo miembro de la empresa. Entonces la acercó a la pantalla del ordenador para chocarla con la de Héctor y sonrió feliz. Sin duda esa iba a ser la mejor de sus navidades.

-.-

Relato participante en el concurso literario «Una Navidad diferente», organizado por Scribook

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