Todos los días enseña su perfecta mercancía a sus posibles clientes. Durante la venta intentaba mantener el tipo lo mejor que podía. En cuanto el cliente se iba sonreía triunfante con el dinero en el bolsillo. Después miraba con asco al cliente que se acababa de ir, a todo lo que todavía le quedaba por vender. Si seguía con aquellas náuseas cada vez que tocaba un pez tendría que cambiar de profesión y dejar de ser pescadera.
Fantástico relato. Breve pero eficiente. Muy bien descrita la introducción y genial la última frase.
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Francisco, gracias por acompañarme con la lectura y comentarios a mis relatos. Ha sido un placer saber que te gustó. Un saludo.
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