Aquel día me desperté contigo dando saltos de alegría sobre mi cama. El Ratoncito Pérez te había dejado un euro bajo la almohada. Aquella mañana podrías presumir delante de los amigos durante el recreo en el colegio.
Lo malo sería que no tendríamos pan para almorzar. Pero por un día no iba a pasar nada. Seguro que nadie en la casa se iba a quejar al ver tu cara de felicidad.